Visión, compasión y acción

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Haber nacido en Bayamón y crecer en uno de los barrios de Guaynabo, donde más dificultades económicas y sociales se experimentaban, me lleva a reflexionar sobre aquellos aspectos que colaboraron en el desarrollo de la vida de aquellos que por allí vivimos. A pesar de que había tantas otras ofertas y opciones de vida, que solo se ocupaban de distraer y nublar el entendimiento de la comunidad, diría yo que también había otras realidades que se manifestaban de muchas maneras.  

Una iglesia en cada esquina del barrio. La Iglesia Esmirna, la Iglesia Defensores de la Fe, La Iglesia Católica y la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo); donde asistía parte de mi familia materna. En la cual se casaron mis padres. En la cual crecí, fui bautizado y, aunque me casé en la Iglesia Bautista de Carolina, fue el Reverendo Herminio Narváez Jr. quien ofició la ceremonia. Allí se bautizó mi esposa y también presenté a mis hijos gemelos, Michael y Mónica. La iglesia estaba llena del amor de Dios.  

En varias ocasiones nuestra familia recibió de la iglesia visitas de hermanos, que además de la oración, llevaban alimentos para nosotros. Llegaban a casa la hermana Vicky Rosado y su esposo Fernando Mendoza, iba el hermano Arturo, el hermano David Piñero, la hermana Carmen Vázquez, la hermana Juanita, el hermano Pablo Díaz, la hermana Sara Sánchez y su hija Toñita, la hermana Irma Iglesias, la hermana Luisa Alicea, y muchos otros. Esa gente era como una familia en el barrio. Una de esas veces, llegó el Reverendo Herminio Narváez Jr. con una comprita. Llegó en su carro y se estacionó frente a casa. Yo lo saludé y me dijo: “Miguel ayúdame a bajar estas cosas que traigo”.  Yo, sin encomendarme a nadie, le dije que “nosotros estamos bien”. Que le diera eso a otra gente que necesitaran más que nosotros. Claro que él me contestó que era una bendición para él compartir aquellos alimentos.  

Hoy puedo entender que aquellas personas y mi pastor habían visto la necesidad de la comunidad y de mi familia. Es interesante que a veces uno mismo no se da cuenta de sus necesidades. Sin embargo, cuando la visión está alineada con la misión, las necesidades siempre se van a suplir para un bien que alcanzará más allá de las alacenas. Porque simplemente hubo personas que tuvieron visión para ver lo que a simple vista pasa desapercibido.

Otro aspecto interesante es que las personas que compartían no eran ricos. Eran los mismos hermanos de la iglesia que, de lo poco que tenían, compartían para el bien de otros. Nuestra gente, nuestra comunidad, tiene una gran necesidad que se manifiesta de muchas maneras. Puede que pensemos que no tenemos los recursos para responder. Sin embargo, lo único que el Señor nos requiere es que accionemos en fe. Con certeza de que Él suplirá lo que falte. Ellos sabían la necesidad porque la conocían de primera mano. Quizás en sus experiencias pasadas, igual habían padecido necesidades de todo tipo y ahora podían reconocer en los rostros de las demás personas sus propios rostros. Por eso tuvieron compasión. No porque eran buenos ni súper espirituales. Sino, porque eran humanos y conocían la necesidad cuando la veían. Quizás otros puedan ver la necesidad igual y responder con apatía, con desamor. Sin darse cuenta de que esa persona a la que no queremos ni siquiera mirar, es nuestro hermano o nuestra hermana.  

Hace un tiempo, me dio coraje porque a mi hija, en un mismo mes, le habían robado en Mayagüez dos baterías del carro. El coraje no me duró mucho porque el Señor me dio una lección que jamás olvidaré. Mientras hacía una diligencia en Guaynabo, una persona sin hogar me pidió que le comprara algo de comer en el restaurante Wendy’s. Era de noche, mi hermano y yo estábamos cansados porque estábamos en medio de una mudanza una de mi hijo. La guagua estaba llena de cosas de mi hijo, además de mi laptop, un televisor y otras cosas. Cuando el joven se acercó, mi mente ya tenía una respuesta. Sin embargo, cuando lo vi, no pude decirle que no. Actué en contra de mí mismo y un poco me incomodaba.

Le dije que sí le compraría algo. Ordené una oferta con papas y refresco pequeños y pedí una mediana para mí.  Entonces él me dijo que no la quería pequeña, sino, que la quería mediana igual que la mía. Yo le dije que le daba la mediana y yo me quedaba con la pequeña. Entonces me pidió que le comprara otra oferta para un amigo que tenía. Yo pensé que el Señor me estaba probando en ese momento. Para ver hasta dónde yo llegaba. Le compré la oferta y él se fue con sus dos ofertas medianas. 

Mi hermano, que también es pastor en una iglesia Pentecostal, se sentó conmigo a comer y hablábamos sobre lo acontecido. Me dijo que debimos haber orado por aquel joven y no lo hicimos. A los dos minutos, entró el muchacho nuevamente, supuestamente a buscar unos kétchups, y nos dio las gracias. Nos dijo que se llamaba Ángel y que nosotros siempre nos íbamos a acordar de él. Yo le pregunté si nos dejaba orar por él y dijo que sí. Se sentó con nosotros en la mesa y puso su rostro en la mesa con mucha humildad. Oramos por él y se fue.

Cuando terminamos de comer y regresamos al carro, encontré la guagua con la cerradura rota. Las cosas estaban fuera de lugar, pero no se habían llevado nada. Estoy seguro de que aquel joven y su amigo habían desistido de llevarse las cosas de la guagua. Por eso entró otra vez, para distraernos mientras devolvían las cosas que se habían llevado.

En ese momento me di cuenta de que la mejor respuesta a cualquier ser humano siempre será la que genera la compasión, el amor y la misericordia. Si hubiera hecho lo que había en mi corazón, por la experiencia de mi hija, no le habría comprado nada a aquellos jóvenes. Sin embargo, como dice la escritura, “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi”. Creo que fue el Espíritu Santo que me hizo responder de la manera correcta.  Como dice en otro lugar de la escritura, y esto lo experimente ese día, “vence con el bien, el mal”. El mal que había afectado mi vida y endurecido el corazón. El mal que había colocado aquellos jóvenes en la indigencia y que ellos repartían cada vez que actuaban para mal de otros, no iba a ser derrotado por la apatía, sino que fue derrotado por el amor.

“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, y contra tales cosas no hay ley”.

Gálatas 5:22-23

El Espíritu Santo siempre nos va a dirigir a realizar acciones que restituyan y restauren los valores que poseemos pero que, por distintas razones, hemos dejado. De todos esos valores el más importante es el amor. No importa si uno es pastor, maestro o líder. Si lleva mil años en la iglesia o si se sabe la Biblia de memoria. Todo eso es bueno y loable. Sin embargo, que nunca nos falte el amor.

Nuestro Puerto Rico necesita gente llena de Dios. Estar lleno de Dios es estar lleno del Espíritu, lleno de amor.  Un amor que nos da visión, compasión y que genera acciones que bendicen y promueven el bien de todos para la Gloria de Dios.